Me falta uno...

Hablar sobre Max Bretón, sin clichés de cursilería.

Conozco al arquitecto Max Antonio Bretón desde hace 16 años. Somos amigos desde hace unos 13. Es el propietario de la voz silente en mi cabeza, que me dice: “no importa cuan ridículo sea lo que vas a hacer, hazlo que yo te apoyo”.

Max me conoce y yo a él. Creo que a veces subestima cuán bien lo conozco, y a veces sobrestima cuan bien me conoce. Me imagino que el piensa lo mismo de mi, pero al final sabemos lo necesario el uno del otro.

Max es un rostro muy popular en mi álbum de memorias. De alguna manera esa cara aparece en casi todos mis recuerdos, buenos y malos. Hemos estado de pie en los pedestales de incontables victorias, y sentados en el anden llorando muchas derrotas. Pero sobretodo es la segunda rubrica en mis tantas fechorías y aventuras, muchas geniales, otras no tanto, que a veces rayan en lo vergonzoso, pero siempre pintadas de buenas risas.

Max y yo comenzamos muchos proyectos juntos. Dejamos sin construir una mesa de ping pong, un programa de televisión, un equipo de volleyball, el projecto misterio que nos haría millonarios para poder dedicarnos a gozar de la buena vida, un automóvil que armaríamos junto a Reynolds y no recuerdo cuántas cosas mas.

El borrego, mote que le diéramos en el Loyola, tiene la sonrisa ímpetu y agilidad de un niño y el buen corazón de un abuelo. Gusta de la buena risa, que es también para mi y para Reynolds el condimento imprescindible de todas las cosas en esta roca llamada tierra. El es nuestro embajador del buen humor y una verdadera bendición de Dios para nuestras vidas... para mi vida.

La suerte le sonríe a Max. Hombre de muchas mujeres, sin ser mujeriego, le ha tocado vivir la primavera y el otoño del amor en algunas ocasiones, y ha derramado su cuota de risas y lágrimas por ello, pero aparentemente sus heridas nunca dejan cicatrices, según he visto.

Finalmente, Dios le regala a Wanda, como premio por portarse bien. Ella es el complemento perfecto para el borrego: Decidida cuando Max vacila, valiente cuando él no está de humor para enfrentarse, dulce cuando él necesita cariño y lo suficientemente independiente para darle el espacio que el necesita, sin jamás desconfiar de él. Aunque esto último él no lo necesita.

Se casan a principio de julio, creo, más o menos.

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