Regrets of a lifetime

Nunca le había hablado mal a mi padre, nunca. El siempre fue para mi digno de respeto; la tradicional “figura paterna”, temida, enérgica, sólida, inquebrantable, incapaz del error, o al menos, eso pensaba uno de niño.

Mal día. Malas noticias. Converso con mi padre. El hace un mal comentario en un mal momento. Yo no estaba preparado, no pude reservarme la ácida respuesta. Le contesté como a un cualquiera, como si fuéramos iguales, sin frenar la ira, sin consideraciones. El ripostó, señalando mi arrogancia. Yo me justifiqué y lo agredí nuevamente, sin miramientos. Lloví sobre él con toda mi rabia, sin reparo alguno. “usted y yo no somos iguales”, me gritó finalmente, mientras se marchaba de la habitación, dolido y enojado.

Algo se rompió, lo sé. Nuevamente mi ira irracional ha roto algo, algo que no va a ser tan fácil de reparar como la puerta del closet. Solo tuve una fracción de segundo para evitar y el enojo nubló mi vista. No pude verla... y mi viejo no cree en las disculpas.

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